Varones hermanos, ¿Qué haremos?" (Hechos 2:37).
"Señores, ¿Qué debo hacer para ser salvo?" (Hechos 16:30).
Todo ser humano es pecador y necesita la salvación. A través de los siglos muchas personas han comprendido este hecho y han preguntado, “¿Cómo puedo ser salvo?” La cristiandad proclama que Dios ha provisto la salvación por medio de Jesucristo. Sin embargo, la pregunta siempre es, “¿Cómo puedo yo recibir la salvación que Jesucristo provee?”
Creemos que la Biblia proporciona la respuesta a esta sencilla y vital pregunta. La meta de este libro es simplemente la de hallar la respuesta bíblica a la pregunta que acabamos de proponer, y de discutir los muchos aspectos que surgen de este asunto. Intentaremos poner a un lado las doctrinas de los hombres y de las denominaciones que los hombres han formado para que podamos ver lo que la Biblia misma enseña.
La Necesidad Universal de la Salvación
La Biblia declara enfáticamente que todos los seres humanos son pecadores. “¿Quién podrá decir: “Yo he limpiado mi corazón; limpio estoy de mi pecado”?” (Proverbios 20:9). “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapos de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isaías 64:6). “No hay hombre que no peque” (1 Reyes 8:46; 2 Crónicas 6:36)
Los primeros tres capítulos de Romanos afirman que ante Dios tanto los judíos como los gentiles están bajo condenación. Aquellos que no tenían la ley de Moisés fueron condenados por la conciencia, y aquellos que tenían la ley de Moisés fueron condenados por la ley (Romanos 2:12-16). En resumen, toda la humanidad está bajo el pecado (Romanos 3:9). “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10; véase Salmo 14:1-3). Todo el mundo es culpable ante Dios (Romanos 3:19). “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Debido a esto, toda la humanidad está bajo la sentencia de muerte. “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). “El pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15).
La salvación Viene Únicamente por Medio de la Fe en Jesucristo
El hombre no solamente necesita la salvación, sino que no hay nada que él pueda hacer para salvarse. Ninguna cantidad de obras buenas u obediencia a la ley puede salvar a un hombre. Efesios 2:8-9 proclama, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe.” Esto significa que la salvación es una dádiva gratuita de Dios. La muerte, la sepultura, y la resurrección de Jesucristo hicieron disponibles este don gratuito de la salvación, y la única manera en que alguien puede recibir la salvación es tener fe en Jesús y en la eficacia de su sacrificio. Por supuesto, la fe salvadora en Cristo incluye la obediencia a su evangelio y la aplicación de su evangelio a nuestras vidas. (Véase el capítulo 2 para una discusión más extensa de la gracia y la fe.)
Debemos enfatizar que la salvación sólo puede venir por la fe, y aquella fe debe estar puesta en el Señor Jesucristo. Jesús afirmó, “Yo soy el camino, la verdad, y vida: nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). El también dijo que debemos creer que El es Dios, manifestado en la carne como nuestro Salvador. “Por eso dije que moriréis en vuestros pecados: porque si no creyereis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.” (Juan 8:24).
¿Por qué es absolutamente necesaria la fe en Cristo? Puesto que todos los hombres son pecadores, la santidad de Dios exigía que El se separara del hombre pecador y también requería la sentencia de muerte como castigo para el hombre. Dios escogió someterse al principio de muerte para el pecado. Sin derramamiento de sangre (el sacrificio de una vida) no puede haber ningún perdón o libertad de este castigo (Hebreos 9:22) y ninguna restauración al compañerismo con el Dios santo. (Véase Efesios 2:13-17; Colosenses 1:19-22.) Ya que el hombre es mayor que los animales debido a que él fue creado a la imagen espiritual, mental, y moral de Dios (Génesis 1:27), la muerte de animales no es suficiente para perdonar el pecado del hombre (Hebreos 10:4). Tampoco puede un hombre carnal servir como sacrificio sustitutivo para otro, puesto que todos merecen la muerte eterna a causa de sus propios pecados.
Para proveer un sustituto aceptable, Dios se manifestó en carne por medio del hombre Jesucristo. Cristo es el único hombre puro que ha existido, entonces El era el único que no merecía morir y que podría ser un sustituto perfecto. Por consiguiente, su muerte llegó a ser una propiciación o una expiación, la cual es la manera en que Dios puede perdonar los pecados sin violar su santidad y su justicia (Romanos 3:23-26). Dios no pasa por alto nuestros pecados, pero El ha trasladado la multa por esos pecados a Jesucristo, el hombre inocente. Cuando ponemos nuestra fe en Cristo y aplicamos su evangelio a nuestras vidas, esta sustitución se hace válida para nosotros. Esto quiere decir que la muerte sustitutiva y expiatoria de Cristo se hizo necesaria por (1) la maldad del hombre, (2) la santidad de Dios, y (3) la ley de Dios que requiere la muerte como castigo por el pecado. Por eso no puede haber ninguna salvación fuera de Jesucristo.
¿Qué Es La Salvación?
En principio, debemos establecer lo que realmente significa la palabra salvación. En general, la salvación puede referirse a cualquier clase de liberación o preservación. En un contexto teológico, significa la liberación “del poder y de los efectos del pecado.” La Biblia hace muy claro que la salvación incluye los aspectos pasado, presente, y futuro. Podemos decir que fuimos salvos, dando a entender que en un punto pasado recibimos el perdón del pecado, la libertad del dominio del pecado, y el poder de vivir para Dios. Por ejemplo, Pablo dijo, “Nos salvó. . . no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5).
También podemos decir que somos salvos porque disfrutamos en el presente del perdón de los pecados, el poder de vivir para Dios, y la libertad del poder y de los efectos del pecado. Por eso Pablo dijo, “Por gracia sois salvos” (Efesios 2:5). La resurrección y la vida de Cristo producen la salvación presente. Su muerte no solo compró la salvación pasada del pecado, sino que su vida proporciona la victoria presente sobre el pecado mediante su Espíritu que mora en nosotros (Romanos 5:10; 1 Juan 4:4).
Sin embargo, en otro sentido de la palabra, la salvación es todavía futura. Aún no hemos recibido la liberación final y completa de toda la maldición del pecado. Todavía vivimos en este mundo pecador e imperfecto, tenemos cuerpos mortales, tenemos la naturaleza pecaminosa dentro de nosotros, enfrentamos la tentación, y tenemos la capacidad de pecar. Nuestra salvación solo estará completa cuando recibamos los cuerpos inmortales y glorificados tal como el cuerpo resucitado de Jesús (Romanos 8:23; Filipenses 3:20-21). En ese entonces ya no estaremos sujetos a la enfermedad, el dolor, la tentación de pecar, o la posibilidad de la muerte (1 Corintios 15:51-57). Esta última fase en el plan de salvación de Dios para nosotros se llama la glorificación (Romanos 8:30), y ocurrirá cuando Cristo regrese por su iglesia (1 Tesalonicenses 4:14-17; 1 Juan 3:2). Por eso la Biblia habla a menudo de la salvación como un evento futuro: “Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos” (Hechos 15:11). “Porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Romanos 13:11). “Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.” (Hebreos 9:28).
La Relación Entre la Salvación Pasada, Presente y Futura
Obviamente, las tres etapas de la salvación están estrechamente relacionadas. La salvación futura solo vendrá a aquellos que han experimentado la salvación pasada y presente en esta vida. Aquellos que son salvos en el presente tienen la plena seguridad de la salvación en el futuro. Sin embargo, una sola experiencia en el pasado no garantiza automáticamente la salvación futura. Tenemos la responsabilidad de guardar nuestra salvación hasta el fin. Tal como hemos recibido la salvación pasada por medio de la fe en Jesús, solo recibiremos la salvación futura si continuamos viviendo por la fe en Jesús. Podemos perder nuestra salvación presente y nuestra promesa de la salvación futura si volvemos voluntariamente al pecado y a la incredulidad. La unión entre la salvación pasada y la salvación futura es la persistencia en la salvación presente.
Muchos pasajes de las Escrituras enfatizan esta verdad. Jesús enseñó la necesidad absoluta de morar en El y de guardar sus mandamientos (Juan 15:1-14). El dijo, “El que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 10:22). “Todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). En este último versículo, “cree” está en el tiempo presente, mientras da a entender que la fe presente y continua es necesaria.
De la misma manera, Pablo dijo que el evangelio de Cristo es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. . . Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:16-17). La salvación vendrá a aquellos que vivan de fe en fe, a aquellos que continúan viviendo por la fe.
Pablo también declaró, “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Esto no significa que podemos salvarnos por medio de nuestro propio plan o que podemos ganar nuestra propia salvación. Más bien, significa que debemos permanecer conscientemente en nuestra salvación y que debemos guardarla. Debemos considerar la salvación con una admiración reverente y con respeto, dándonos cuenta siempre que podemos perderla si no la apreciamos. Debemos estar alertas a los trucos de Satanás y temerosos de hacer el mal.
Muchos otros versículos dan unas advertencias similares. “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4:16). “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.” (Romanos 11:22). “Os declaro, hermanos, el evangelio. . . Por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano” (1 Corintios 15:1-2). Muchos otros pasajes enseñan que podemos perder la salvación por medio de la incredulidad y la desobediencia. (Gálatas 5:4; 1 Timoteo 5:12; Hebreos 12:14-15; Santiago 5:19-20; 2 Pedro 1:10; 2:1; 2:20-21; Apocalipsis 3:5).
En resumen, hasta ahora no hemos recibido todos los beneficios eternos de la salvación, y por consiguiente nuestra salvación futura es todavía una esperanza. “En esperanza fuimos salvos,” y tenemos “la esperanza de salvación” (Romanos 8:24; 1 Tesalonicenses 5:8). Sin embargo, la esperanza de la salvación futura es más que un simple deseo, porque tenemos la promesa y la convicción de la salvación si continuamos caminando en el evangelio. La única manera de obtener la salvación eterna es encontrar en esta vida la salvación presente del pecado.
Esto nos conduce a la pregunta: ¿Cómo podemos en esta vida ser salvos del pecado? Miremos tres pasajes cruciales del Nuevo Testamento que se relacionan con este asunto. El primer pasaje que vamos a considerar viene del ministerio de Jesucristo. Los otros dos pasajes son los únicos relatos sobre la iglesia neotestamentaria dónde alguien preguntó cómo ser salvo.
La Declaración del Señor a Nicodemo
El capítulo 3 de Juan nos relata una conversación importante entre un líder religioso judío llamado Nicodemo y Jesús. Nicodemo vino a Jesús de noche y lo reconoció como un maestro de Dios. Jesús contestó, “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Vemos que Nicodemo no entendió esto, porque le preguntó al Señor cómo un hombre podría salir por segunda vez de la matriz de su madre. Jesús le explicó, “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). Jesús estaba hablando de una nueva edad en la cual el reino de Dios pronto sería revelado, y estaba diciendo que toda persona que deseara entrar en aquel reino tendría que nacer de nuevo, es decir, nacer del agua y del Espíritu.
El Reino de Dios
¿Qué es el reino de Dios? ¿Cómo se relaciona a la salvación? Las palabras mismas expresan el dominio soberano de Dios en el universo. Al analizar este concepto más estrechamente, vemos que el reino de Dios tiene tanto el aspecto presente como el especto futuro, tal como los tiene la salvación. En el tiempo presente, el reino de Dios es el dominio de Dios en los corazones de los hombres. Jesús vino predicando que se había acercado el reino de Dios (Marcos 1:14-15). Una vez, los fariseos le preguntaron a Jesús cuando vendría el reino de Dios. El contestó, “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20-21). Este aspecto del reino llegó a ser una realidad cuando Dios envió su Espíritu a morar en los corazones de los creyentes. Por eso dijo Pablo, “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17). El aspecto presente del reino de Dios consiste en las riquezas de su reino eterno que han venido temporalmente a este mundo por medio del Espíritu (Efesios 1:13-14; Hebreos 6:4-5).
El reino de Dios también tiene un aspecto futuro en que un día Dios destruirá por completo toda oposición contra su reino y exhibirá su majestad en cada faceta del universo. Su reino llegará físicamente a esta tierra en el reino milenario de Jesucristo (Apocalipsis 20:4-6). Será establecido durante toda la eternidad por el juicio de todos los pecadores y por la creación de un nuevo cielo y una nueva tierra sin pecado. El pecado es la rebelión contra Dios, así que el reino de Dios solo hallará una expresión perfecta cuando todo pecado sea juzgado y eliminado.
El Libro de Apocalipsis describe el aspecto futuro del reino. “Los reinos de este mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo: y El reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15). En ese día, las voces proclamarán, “El Señor nuestro Dios Todopoderoso reina” (Apocalipsis 19:6). Jesús será el “Rey de reyes, y Señor de señores” y ocupará el trono por toda la eternidad (Apocalipsis 19:16; 22:1-3).
Aplicando las palabras de Cristo en Juan 3 al concepto del reino de Dios, encontramos que uno debe nacer de nuevo para poder compartir, ya sea de su presente manifestación temporal o de su manifestación eterna. Nadie puede llegar a tener el reino espiritual de Dios en su vida si no ha nacido del agua y del Espíritu. Ninguno puede tener gozo, paz, y justicia en el Espíritu hasta que no haya nacido del agua y del Espíritu. Ninguno de los que vivimos en este tiempo presente podrá entrar en el reino eterno de Dios —el cielo nuevo y la tierra nueva— a menos que haya nacido del agua y del Espíritu.
En resumen, las palabras del Señor a Nicodemo nos dicen cómo ser salvos. La salvación presente consiste en la libertad del dominio del pecado y de su pena, y esto significa simplemente entrar en el aspecto presente del reino de Dios (someterse a su dominio y recibir su justicia). La salvación futura consiste en una vida eterna libre del pecado y de sus consecuencias, y esto significa simplemente entrar en el aspecto futuro del reino de Dios (el cielo nuevo y la tierra nueva que estarán libres de la rebelión contra el dominio de Dios). La pregunta, “¿Cómo puedo ser salvo?” tiene la misma respuesta de la pregunta, “¿Cómo puedo entrar en el reino de Dios?” La respuesta del mismo Jesús es, “Tienes que nacer de nuevo tanto del agua como del Espíritu.”
La Respuesta de Pedro en el Día del Pentecostés
En Hechos 1 Jesús les dio a sus discípulos unas instrucciones de último minuto justo antes de su ascensión al cielo. Les dijo que fueran a Jerusalén y esperaran la promesa del Padre, es decir, el bautismo del Espíritu Santo. Aproximadamente 120 discípulos le obedecieron y se reunieron en un aposento alto en Jerusalén.
Hechos 2 nos relata que en el día de la fiesta judía de Pentecostés vino el prometido bautismo del Espíritu. De pronto, muchas personas en la ciudad comenzaron a reunirse alrededor de los discípulos, atraídos por el sonido sobrenatural que había acompañado este primer derramamiento del Espíritu así como por los idiomas extranjeros que estaban hablando sobrenaturalmente aquellos que acababan de recibir el Espíritu.
Pedro aprovechó la oportunidad para predicar a la muchedumbre. Estando de pie con los otros once apóstoles, El comenzó a explicar lo que acababa de suceder y comenzó a predicar acerca de Jesús. El proclamó a la multitud que Jesús de Nazaret, a quien ellos habían crucificado, era tanto Señor como Cristo (el Mesías).
Cuando la multitud oyó esto, empezaron a sentir culpa y convicción del pecado, porque indudablemente muchos de ellos habían demandado la crucifixión de Jesús menos de dos meses antes. En consecuencia, ellos les preguntaron Pedro y al resto de los apóstoles, “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37). Como demuestra el contexto, ellos estuvieron preguntando, “¿Cómo podemos recibir el perdón de nuestros pecados? ¿Cómo podemos corregir el mal que hemos cometido al rechazar a Jesús y al crucificarle? ¿Ahora cómo podemos aceptar a Jesús como el Señor y el Mesías?” La esencia de la salvación es recibir el perdón de los pecados por medio de la fe en Jesús, de modo que su pregunta simplemente significaba, “¿Qué tenemos que hacer para ser salvos?”
Esta es la respuesta que dio Pedro, con el apoyo de todos los apóstoles: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). En nuestra búsqueda de una respuesta bíblica a la pregunta de cómo ser salvos, debemos atribuir mucha importancia a este versículo. Es una respuesta simple, sencilla, e inequívoca a una pregunta directa. Es una respuesta que gozaba del aval pleno de todos los apóstoles. Es el clímax del primer sermón de la iglesia neotestamentaria— el primer sermón predicado después del derramamiento del Espíritu. Como El Comentario del Púlpito declara, “Tenemos en este corto versículo el resumen de la doctrina cristiana tal como se relaciona al hombre y a Dios.” En resumen, Hechos 2:38 es la respuesta absoluta de la iglesia apostólica a la pregunta, “¿Qué es lo que tengo que hacer para ser salvo?”
Respuesta de Pablo al Carcelero de Filipos
En la iglesia neotestamentaria solo hallamos otra ocasión más donde se formula directamente la pregunta, “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Hechos 16 nos relata que los magistrados de Filipos, una ciudad en Macedonia, encarcelaron a Pablo y a Silas por predicar el evangelio. A la medianoche Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios. De repente, un terremoto agitó la prisión y abrió las puertas. Cuando el carcelero despertó y comprendió lo que había pasado, él asumió que todos los prisioneros habían escapado. Al parecer estaba enfrentándose con la pena de la muerte por haber permitido que esto sucediera y decidió suicidarse. Cuando él había sacado su espada, Pablo gritó, “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí” (Hechos 16:28). Al oír esto, el carcelero pidió una luz y fue a investigar por sí mismo. El vino temblando y se cayó a los pies de Pablo y de Silas, pues se dio cuenta que ellos eran los responsables del terremoto milagroso. El los sacó y les preguntó, “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”
Ellos contestaron, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:30-31). La Biblia sigue diciendo, “Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; Y enseguida se bautizó él con todos los suyos” (Hechos 16:32-34).
En este pasaje, Pablo y Silas le dijeron al carcelero que el camino a su salvación era por medio de la fe en el Señor Jesucristo. Probablemente el carcelero era un gentil y no sabía mucho acerca de Dios. Contrario a los judíos en el Día de Pentecostés, El probablemente no entendía términos tales como “arrepentimiento”, “bautismo”, y “Espíritu Santo”. Además, esta era una situación crítica sin tiempo para un sermón largo o una explicación detallada; se le tenía que mostrar rápidamente la dirección correcta. Pablo y Silas, le dijeron de la manera más sencilla que era posible, cómo El podría recibir la salvación futura, a saber, por creer en Jesús en lugar de los dioses paganos y los ídolos.
Enseguida, el carcelero los llevó a su casa y les dio la oportunidad de hablarle a toda su familia. Ellos no se detuvieron en la declaración general citada arriba, sino que les predicaron detalladamente la Palabra del Señor. Como resultado de su mensaje, el carcelero se bautizó aquella misma hora y recibió una experiencia que le hizo regocijarse. Una traducción dice, “El brincó mucho a causa de la alegría y se regocijó” (Hechos 16:34, LBA). Todo esto sucedió cuando él creyó en el Señor, y en la Palabra del Señor.
Es muy instructivo estudiar la palabra griega traducida como “creer” en este pasaje. No denota meramente la comprensión mental y la aceptación, sino afirma una confianza y adhesión absolutas. (Véase el capítulo 2) La definición bíblica de creer incluye la aceptación de la Palabra de Dios y la obediencia a ella. El prólogo del editor de La Biblia Amplificada explica que la frase “creer en el Señor Jesucristo” realmente significa “tener una absoluta confianza personal en el Señor Jesucristo como Salvador.” Por consiguiente, la Biblia Amplificada traduce Hechos 16:31 como, “Y ellos contestaron, Cree en el Señor Jesucristo — es decir, entrégate a El, deja tu propio dominio y sométete a su cuidado y serás salvo; [y esto te es pertinente a ti,] tú y a tu casa también.”
Para poder entender mejor este pasaje, debemos examinar la importancia que Pedro atribuía a la frase “creer en el Señor Jesucristo.” En una ocasión él explicó que los gentiles habían recibido el Espíritu Santo igual que los judíos que habían creído en el Señor Jesucristo (Hechos 11:15-17). Así él unió la fe en Jesucristo con recibir el Espíritu. Pablo enseñó que el reino de Dios incluye el gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17). Aunque no se declara específicamente en Hechos 16 que el carcelero Filipense recibió el Espíritu Santo, la referencia a su gozo puede indicar que sí recibió el bautismo del Espíritu Santo. (Véase también Hechos 8:39).
Comparando las Tres Respuestas
Hemos discutido la respuesta bíblica a la pregunta, “¿Cómo puedo ser salvo?”, a la luz de los tres pasajes más prominentes que hablan del asunto. La Biblia usa un lenguaje diferente en cada pasaje. Puesto que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada e infalible, sabemos que no se contradice. Puesto que Dios quiere que todos hallen la salvación, sabemos que la Biblia tiene que ser clara e inequívoca en el asunto. Por consiguiente, a pesar de las diferencias en el lenguaje, los tres pasajes que hemos analizado no pueden ser contradictorios o confusos. En cambio, debemos creer que cada pasaje contesta correctamente la pregunta. En otras palabras, cada uno da la misma respuesta en términos diferentes, desde puntos de vista diferentes, y en situaciones diferentes, pero de todas maneras es la misma respuesta. Permítanos demostrar brevemente cómo es esto.
Cuando Jesús le habló a Nicodemo, El no estaba contestando una pregunta directa acerca de la salvación. En cambio, estaba describiendo el plan de salvación de Dios para la futura iglesia neotestamentaria que estaba a punto de entrar en existencia. El Espíritu no se había dado todavía y no sería dado hasta después de la ascensión de Jesucristo (Juan 7:39; Hechos 1:4-5). El propósito de Jesucristo era de informarle a Nicodemo y de motivarle a creer en su persona y en su misión (Juan 3:16), y no de no impartirle el Espíritu en ese instante.
La situación en el Día de Pentecostés era diferente, en que Pedro dio una respuesta directa a una pregunta directa sobre la salvación. El Espíritu había sido derramado, así que Pedro sí tuvo la intención de que su respuesta diese instrucciones explícitas y produjese un nuevo nacimiento inmediato. Sus oyentes eran judíos y prosélitos judíos, de los cuales, la mayoría (si no todos) había oído sobre Jesús de Nazaret. Puesto que ellos estaban bien familiarizados con los conceptos religiosos y con su terminología, Pedro pudo darles una respuesta precisa y completa en una sola declaración.
En Hechos capítulo 16, Pablo y Silas confrontaron a un hombre que conocía — a lo sumo — poco de Dios. El, apenas un poco tiempo atrás, había intentado suicidarse. Se estaba recuperando del susto de un terremoto y estaba asombrado en la presencia de lo sobrenatural. Ellos contestaron su pregunta de una manera simple y general de tal forma que fuera comprensible y tranquilizante. Le hicieron saber que el camino de salvación es a través de Jesucristo. Enseguida, les explicaron el evangelio en detalle a él y a su casa.
Las diferencias en estos tres pasajes provienen de las distintas situaciones, pero el contenido de cada uno es consistente con el de los otros. Dos pasajes hablan del bautismo en agua, y el tercero se refiere al nacimiento del agua. Dos pasajes hablan de la obra del Espíritu en la salvación, y el tercero describe una experiencia que produjo regocijo, que es lo que experimenta uno cuando recibe el Espíritu. Solo uno de los tres pasajes menciona específicamente el arrepentimiento y solo uno menciona específicamente la fe en Jesucristo, pero muchos otros versículos enseñan que la fe y el arrepentimiento son requisitos previos a la salvación.
De estos tres pasajes, concluimos que la salvación sólo viene por medio del arrepentimiento de los pecados y la fe en Jesucristo. El arrepentimiento y la fe conducirán al bautismo en el nombre de Jesús (el nacimiento de agua) y al bautismo del Espíritu (el nacimiento del Espíritu).
Otros versículos que mencionan la salvación apoyan esta conclusión. Por ejemplo, se declara que la salvación viene por medio de: (1) el nombre de Jesús (Hechos 4:12); (2) confesar a Jesús como Señor, la fe en su resurrección, y la invocación de su nombre (Romanos 10:9-13); (3) la gracia por medio de la fe (Efesios 2:8-9); (4) el arrepentimiento (2 Corintios 7:10); (5) la santificación del Espíritu y la fe en la verdad (2 Tesalonicenses 2:13); y (6) la obediencia a Cristo (Hebreos 5:9).
Podemos contemplar la salvación desde dos puntos de vista que son complementarios pero no contradictorios: (1) La salvación tiene un requisito mínimo, y esto es el nuevo nacimiento; (2) La salvación es un proceso donde se apropia progresivamente la gracia de Dios a lo largo de una vida consistente de fe y de santidad. Si vamos a heredar la salvación eterna, ambos aspectos tienen que cumplirse en nuestras vidas.
Desde el principio hasta el fin, nuestra salvación se basa en la fe en Jesucristo. Si tenemos fe en El, nos arrepentiremos de nuestros pecados, nos bautizaremos en su nombre y recibiremos su Espíritu Santo, y por la fe viviremos continuamente una vida santa y cristiana. De esta manera recibiremos tanto la salvación presente del pecado como la salvación futura de todas las consecuencias eternas del pecado.
Entender y Obedecer el Evangelio
Los próximos capítulos examinarán detalladamente todos los elementos anteriores. Si algunos ya han experimentado la salvación tal como la exploramos en este libro, esperamos que entiendan la importancia y la necesidad de lo que ya han recibido. Deben aprender exactamente lo que les ha pasado, y por qué. Si algunos no se han bautizado en el nombre de Jesús o no han recibido el bautismo del Espíritu Santo, les pedimos que lean con una mente abierta, un corazón abierto, y una Biblia abierta. No deseamos minimizar ni negar lo que Dios ya puede haber hecho en sus vidas; sin embargo, queremos que se den cuanta de la importancia del nacimiento del agua y del Espíritu. Es bíblico, es para nosotros hoy en día, y Dios quiere que todos lo experimenten. El nuevo nacimiento no es algo extraño, ni es difícil de recibir de parte de Dios. Más bien, es un privilegio que cada persona que cree la Biblia puede y debe disfrutar.
Todos debemos buscar acercarnos más en todo momento a Dios. Debemos buscar saber más de El y ser más obedientes a su Palabra. Debemos dejar que Dios nos guíe más y más en la verdad de su Palabra. Debemos esforzarnos para recibir todo lo que Dios nos tiene para el día de hoy.
En lugar de detenernos tanto en la pregunta, “¿Tengo que recibir esto?”, debemos preguntarnos, “¿Puedo recibir esto?” Si Dios nos tiene algo más que todavía no hemos recibido, o si la Palabra de Dios revela algo que todavía no hemos obedecido, entonces no debemos dejarnos distraer por un debate acerca de si es necesario u optativo. En cambio, debemos intentar recibir todo lo que Dios nos tiene y debemos esforzarnos a obedecer todo lo que la Palabra de Dios enseña. Esta es la actitud de uno que verdaderamente tiene fe en el Señor Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario